"Que mis funerales se celebren donde se encuentre mi cuerpo, sencillamente y sin excesos, y que no haya monumento, ni estrado, ni baldaquino, ni colgaduras fùnebres, ni profusiòn de cirios; solamente trece encendidos a cada lado cuando se celebre el oficio divino". Quien habìa escrito esto en su testamento morìa literalmente - hecho casi desconocido - en lecho de paja. Sus donaciones y legados, y las deudas que dejaba por sus obras de caridad, obligarìan a sus albaceas testamentarios a subastar sus bienes personales, caso ùnico en la historia de las monarquìas. Y asì, despojada de todo, la contemplarìa muerta el joven Ignacio de Loyola a sus 16 años. Isabel la Catòlica se reuniò finalmente, igualàndose a ellos, con los religiosos observantes que ella habìa llamado siempre a la pobreza y la entrega cristianas.